Mayahuel: el mito de creación del maguey
De una leyenda oscura sobre la creación del mundo nahua surge la siguiente historia que cuenta la creación del maguey por el Dios del Viento, Ehécatl, y la bella Mayahuel (o Meyahuel):
Cuando los dioses decidieron crear nuevamente al hombre, dos criaturas humanas cobraron vida de los restos de un hueso y cenizas del mundo anterior. Era el octavo año de resurrección de la Tierra, el Chicuey Calli, "Ocho Casa".
Los humanos habían nacido tan pequeños como nacen todos los niños, pero poco a poco fueron creciendo.
Un día, los dioses creadores —Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Tláloc y Quetzalcóatl— se dijeron:
—Me temo que el hombre en su soledad pueda caer en la tristeza.
—Es menester crear algo que les produzca alegría y amor por la Tierra. —replicó otro.
—Para que canten y bailen; para que nos sirvan y nos alaben. —completó el primero.
Oyó aquello el Dios del Viento, y se puso a cavilar dónde podría hallar lo que los dioses imploraban. De pronto vino a su memoria el recuerdo de una joven llamada Mayahuel. En rápida resolución, en un susurro se transformo en viento, y así se dirigió al cielo donde habitaba la bella joven.
Mayahuel habitaba el cielo que está sobre las aguas y debajo del cielo del Sol, Ilhuicacitlalco, donde viven las estrellas femeninas, bellas y jóvenes, quiénes sólo se manifestaban al exterior y de noche, con sus vibrantes ojos luminosos para llamar la atención de los hombres. Su misión probablemente era adornar el Citlalcuétil, Enagua de las Estrellas, y seguramente habían sido creadas por los cuatro dioses.
Voló entonces hasta el lugar donde vivía la hermosa doncella, con la gracia y la velocidad que sólo el Dios del Viento tenía. Llegó cuando todo el mundo estaba dormido, la bella joven, sus compañeras y la vieja que los cuidaba. Ésta, su cuidadora, era vieja y ya rendida por los años, enjuta, un esqueleto con piel. No era nada menos que Tzitzímitl, una de las tantas Tzitzimime, custodios de las jóvenes, siempre vigilantes aunque sus cuerpos parezcan dormidos. Los Tzitzimime eran un grupo que representaban demonios del aire, espantos o monstruos que habrán de devorar y masticar la carne de los hombres cuando la Tierra muera por quinta vez. Su cuerpo era un esqueleto con ocho caras fantásticas dispuestas en manos, codos, rodillas y pies, además de las suyas propias de ojazos redondos y azules.
Quetzalcóatl, en su forma de viento, entró sigilosamente al recinto y se dirigió hacia su objetivo: la bella virgen Mayahuel. La despertó suavemente, como lo hace la brisa, y le dijo:
—He venido a buscarte para llevarte al mundo.
Palabras suficientes del dios para que consintiera dulce y alegre la bella joven. Entonces el Dios del Viento la tomó en sus espaldas, y descendieron a la Tierra.
Al pisar la Tierra, sin ritual alguno, virgen y dios quedaron transformados en un singular árbol que se partía en dos ramas: uno era el Sauce Precioso, Quetzalhuéxotl, y era la rama del Dios del Viento; mientras que la rama de la bella Mayahuel fue el Árbol Florecido, Xochicuáhuitl. Dos ramas que se abrazaban para formar un hermoso árbol que crearon el Dios del Viento y una de las diosas de la belleza. Quedaron fundidos en una unión divina que dio origen a aquel hermoso árbol: la unión de la Belleza y el Viento.
Entre tanto, llegó la hora en que la vieja guardiana abrió los ojos. Sorprendida al no ver a la joven Mayahuel abrió otros más... y otros más, los de sus codos, los de sus rodillas, hasta corroborar con todos sus ojos que la joven no se encontraba ahí. La vieja, llena de ira, convocó a los demás Tzitzimime, visiones espantosas como ella, y como caterva bajaron a la Tierra en busca de la virgen y de quien había venido a robarla.
En el horror de ver a la anciana precipitarse a la Tierra, el árbol se desgajó y las ramas quedaron separadas de sí. Al ver la rama del Árbol Florecido, Xochicuáhuitl, Tzitzímitl reconoció inmediatamente a la joven, y llena de furor se lanzó hacia ella con las garras afiladas por delante. Y así la destrozó con la fuerza de sus huesudos brazos para después masticarla y darle un miembro a cada uno de los Tzitzímime que la acompañaban. La joven Mayahuel fue devorada tan rápidamente como sólo los monstruos con nueve bocas pueden hacerlo. Algunos pedazos sobrantes quedaron regados por el suelo, más un pedazo de tronco que había sido desdeñado.
Tras el terrible castigo, las osamentas vivientes remontaron al cielo sin tocar al Quetzalhuéxotl. De tal forma el único espíritu divino que quedó sobre la Tierra fue el Dios del Viento, quién se desprendió de su ramaje y se transformó en viento para ir en búsqueda de los pedazos de la joven con la que se había unido. Tomando los trozos, que ya eran hueso y no madera, Ehécatl se dispuso a enterrarlos. Acomodó falanges y falangetas, el trocito de quiote y los demás pedazos restantes. El suceso lo conmovió terriblemente, hasta que al fin su llanto empapó la Tierra.
Pero la joven Mayahuel no estaba destinada a convertirse en polvo. Después de un tiempo, en el lugar donde reposaban sus restos floreció una bella planta, pues el Dios del Viento con su empeño y pasión logró devolverle la vida a la hermosa Mayahuel, pero ahora de forma vegetal y como acompañante de los hombres y las mujeres.
Los huecesillos de las manos y pies de la joven se trocaron por raíces, mecóatl; el trozo de tronco que había quedado, que en realidad era su corazón, se transformó en el corazón de la planta, meyolohtli; los huesos largos en las extremidades que habrían de dar vida al tallo, mequiyotl; y las costillas en las destacadas pencas, que abren sus aspas y que cubren el corazón, con un enramado de hojas robusto. Y así completa forma un ser vertebrado que se corona con cientos de flores amarillas que miran al cielo expectantes.
El divino propósito se había cumplido, pues el corazón había absorbido las lágrimas del Dios Ehécatl, y es de este corazón del que emana un líquido preciosísimo, que es conocido como aguamiel o ayonecuhtli, del que proviene el brillante, blanco y efervescente pulque, octli.
Este texto es una constitución elaborada a partir de varios códices y otras fuentes bibliográficas.
Códices:
Códice Florentino o Historia General de las Cosas de la Nueva España, Sahagún.
Códice Borbónico
Códice Magliabechiano
Spranz, Bodo. "Los dioses en los códices mexicanos del grupo Borgia". 197.
Robelo, Cecilio. Diccionario de mitología náhutal, 1980.
Caso, Alfonso. "La religión de los Aztecas" 1965.
Krickeberg, Walter. "Mitos y leyendas de los aztecas". 1971.
Garibay K., Angel Ma. "Épica Náhuatl", 1945
Mateos Higuera, Salvador. "Lod dioses menores. Vol 4".
Lechuga García, Ma. del Carmen. "Arqueología del pulque". 1989.
Gonçalves Lima, Oswaldo. "El maguey y el pulque en los códices mexicanos", 1956