Desde el ritual

"El sacrificio no es más que la
producción de cosas sagradas"

—Georges Bataille

 

Desde el ritual se fundan las civilizaciones. El hombre está constituido de materia tanto como de sus prácticas: de su trabajo, que representa un sacrificio. El hombre vive de sus rituales como vive de la carne. En los actos afines, reiterativos, consonantes, compartidos se funda La Cultura. Y el Mezcal se clava en los intersticios recónditos de los actos que simbolizan la más profunda reflexión de nuestro estancia en la vida. Hablar de Mezcal es entrar en el reino de lo ontológico para descubrir el sacrificio y la ofrenda.

Las comunidades rurales e indígenas mantienen un carácter propio ante el mundo, honorable, y éste se ve reflejado en los actos que realizan y que garantizan su reproducción social. Los licores del maguey no son únicamente un elemento gastronómico que acompaña circunstancialmente las actividades cotidianas; los vinos de la planta son una hierofanía, pues no son sino la representación física del trabajo, el sacrificio y, por tanto, lo sagrado, realizado durante años, desde la siembra hasta la fermentación del aguamiel o destilación de alcohol. Los antiguos lo sabían, motivo por el cual el octli pulque era solamente ocupado para actos rituales explícitos y por los más dignos.

La vida religiosa en México que comanda el calendario de vacaciones y descansos, utilizando la natividad del Hijo de Dios como símbolo de renacimiento espiritual, se une a la vida secular que también celebra un renacimiento, una carrera más que se le ha ganado al sol, el renacimiento celeste de la Madre Tierra. Diciembre es época es tiempo de ritual por excelencia.

I.
El mezcalero de raíz sabe que diciembre es el espacio donde ocurre el festejo y la introspección de lo ocurrido en el año, y a su vez, se plantean los retos y se ofrecen deseos del buen porvenir para el siguiente año. Todo ello es motivo de celebración. El año trabajado representa el sacrificio y diciembre la fiesta de recompensa. Es poco común que en las poblaciones donde el Mezcal es parte indispensable de las dinámicas sociales se fabrique en tiempo festivo. Si el trabajo es el sacrificio, beberlo es parte de la celebración que culmina el ritual. 

Mircea Eliade apuntó que el espacio de lo sagrado es un espacio que se contrapone al espacio heterónomo de lo mundano, donde los elementos sagrados están cargados de fuerza, de significado, y lo profano gira en torno a ellos. El licor, representante del trabajo, del sacrificio, y así, de lo sagrado, es un cuerpo en torno al que orbitan formas y maneras que le dan autonomía y dominio sobre otros actos. En reuniones y gustosos convites, donde participan familiares, vecinos y parientes, que no son parientes, sino amigos entrañables, las canturías se animan, la música nunca se extraña,  las ceremonias religiosas que llevan el hilo de los rituales, son culminadas con el beber del Mezcal, y todo es símbolo de celebración.

En el espacio donde subsiste la sacralidad del Mezcal se comparten formas, maneras, fondos, que transforman cíclicamente: un pueblo se moldea a sí mismo. En la comensalidad mezcalera los jóvenes aprenden a convivir y conocen el significado del trabajo gracias a su resultado, la participación en la producción es la forma lúdica de comprender la solidaridad y la cooperación que también se practicará en la mesa; hombres y mujeres plasmamos en la mesa las enseñanzas y tradiciones de nuestros padres y madres, pero aún más importante continuamos con el mero impulso biológico que nos aparto de la animalidad a la humanidad. Ese es el espacio ritual que se revela en una copa de Mezcal.

II.
Frecuentemente el hombre da un significado especial a los elementos que lo rodean. Tales elementos se constituyen en el ambiente de lo ritual, de lo sagrado. La razón no es claramente visible, pero hay algo en el ambiente, algo en nuestro ser, algo biológico aun que nos invita a darles mayor interés. Nuestra mera humanidad se encuentra ahí, en la reflexión. El respeto a lo que tomamos de la tierra no se fundamenta en algo lógico e inmediato, sino en la esencia más primitiva de nuestro ser.

El peregrinaje espiritual del año que termina en las celebraciones decembrinas culmina con rituales de cooperación y solidaridad. En el llano donde suceden los días del campesino que no ocupa de la tierra más que lo necesario para prosperar familiarmente se desenvuelve su vida, el lazo formado entre el humano y la Tierra se fortalece. Entonces, la ofrenda, si se es campesino, habrá de ser algo que haya venido de la Tierra, y si se es campesino mezcalero necesariamente habrá de ser Mezcal. En los convites se habrá de ofrecer el licor al huésped —en ambos términos de anfitrión o invitado— como ofrenda. Las mesas son una gesto de pausa y recreo. Junto a la suntuosa comida de júbilo y los adornos festivos, reposa el Mezcal, que muestran que en la mesa todo se comparte.

Hay cierto orgullo en el cuidar plantas y animales. Un vínculo invisible se forma. Y cuando se depende no durante una temporada, sino durante varias generaciones de aquel vínculo, entonces la unión se cuida y se nutre, y lo que provenga de esa unión tendrá una razón particular, no muy clara, pero especial.

Hay familias que llegan a guardar por más de veinte años un par de litros de Mezcal para beberlo en horas fúnebres, pues por instrucciones del difunto no se debería beber de aquella porción hasta entonces. En este caso, los valores que se puedan aprovechar del licor se ven relegados ante su valor espiritual. No hay negocio, no hay culinaria mezcalera, tan sólo el valor espiritual que conecta al difunto que fabrico aquel Mezcal con la Tierra. En los pueblos campesinos de Mesoamérica la tierra y sus elementos tienen un sentido gnómico, representa una posibilidad de convivencia y de actuar, por eso “para todo mal mezcal para todo bien.” Cualquier momento, bueno o malo, un gesto mezcalero acompaña para sobrellevar el momento especial. La sabiduría comunal se demuestra en la expresión de la palabra. 

 

En cambio en las sociedades industriales no existen las sacralidades y, por lo tanto, algo que nos haga crear rituales y así cultura. En caso de que exista un acto u objeto sagrado, en la tierra de la individualidad, éste se privatiza, el significado social se abstrae y la cultura cesa.

De Paz sabemos que somos indios desde nuestra forma de comer hasta en la de amar. En Mesoamérica existen, persisten, estas maneras que tenemos alrededor de los elementos que extraemos de la Tierra: también somos los Hijos del [sagrado] Maíz. Si estos rituales siguen presentes no significa que el tiempo y el desarrollo se hayan detenido, sino que la cultura sigue presente y viva. Los hábitos de las comunidades campesinas e indígenas nos demuestran su relación de armonía con la Tierra que los rodea.

El ritual del Mezcal es un espacio de resistencia que se opone a las tendencias modernas de comercialización, de hacer negocio de todo. Así que para nosotros los urbanos que bebemos Mezcal en nuestras comunidades, entender cuales son los conceptos que fundamentan la cultura del campesino mezcalero son una guía para desalienarnos de esta lógica, de esta sociedad que incita a la competencia, a la rivalidad. Son espacios donde se enseña mucho más que el valor curricular que tenga una educación, más aún, son espacios donde una educación integral ocurre. Se muestra que está bien que está mal, cuando es sabio hablar y cuando callar, a través de los actos reiterativos, consonantes y compartidos desde el ritual del Mezcal.

 

 

1 de enero de 2016
V.

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